El mismísimo Henry Fonda esperó durante horas sentado en las escaleras que llevaban a su taller para convencerle que le fabricara uno de sus modelos. Y es que Serge Mouille (1922-1988) fue uno de los diseñadores de lámparas franceses con más éxito del siglo pasado.
En 1937, cuando sólo contaba 15 años, Mouille se matriculó en la especialidad de Metalurgia en la Escuela de Artes Aplicadas de París. Allí paso los siguientes cuatro años, bajo la tutela del escultor Gilbert LaCroix. Una vez terminados sus estudios, trabajó como asistente para LaCroix.
En 1944 Mouille se alistó a la Resistencia francesa, y en 1945, ya con la guerra terminada, abrió finalmente su propio estudio de diseño metalúrgico, a la vez que empezó a impartir clases en la Escuela de Artes Aplicadas. Durante esta época, el diseñador francés produjo utensilios variados, e incluso una carrocería de coche. En 1953 Jacques Adnet lo contrató para desarrollar diseños de lámparas, faceta que ya no abandonaría durante el resto de su vida.
Sus lámparas eran, según él, una reacción a los diseños italianos que inundaron el mercado durante los años 50 y que él consideraba “demasiado complicados”. Mouille buscaba un diseño inspirado en la naturaleza y el erotismo que evocara cierto dinamismo y movimiento en el espacio, siempre entendiendo la metalurgia como un arte. Cada uno de sus modelos se fabricó a mano, y jamás consideró la producción industrial.
Su diseño más icónico es la pantalla en forma de pecho y pezón, con la que construyó lámparas de pie de varios brazos, apliques de pared, lámparas de sobremesa, etc. El pezón optimizaba el reflejo de la luz y escondía el cableado posterior del portalámparas.
Durante los años 50 Mouille obtuvo varios premios y reconocimientos, y a finales de la década empezó a recibir encargos importantes, como la iluminación de diversas universidades, el «lounge» de un crucero, el salón de Christian Dior, una embajada y hasta la Catedral de Bizerte en Túnez.
En la década de los 60 el número de pedidos para Mouille no cesaba de crecer y ya no podía satisfacer la demanda, aquejado además de tuberculosis: tenía que elegir entre industrializar la producción -hasta el momento artesanal- o dejar de impartir clases. Al final no eligió ni lo uno ni lo otro, sino lo que verdaderamente le hacía feliz. En 1964 cesó la producción de lámparas y se dedicó a la enseñanza hasta el día de su muerte: la Nochebuena de 1988.